martes, abril 25, 2006

Jack maceta.

A las siete de la tarde Jack ya había terminado sus taeras. Ahora era el momento de poder dedicarse a su pasatiempo favorito.

Bajaba apresuradamente las escaleras, cogía un bollo y un baso de leche de la cocina, y salía con sus prismáticos al jardín. Llevaba tanto tiempo haciendo esto que tenia una rutina de espionaje. Primero los Serwood, ese matrimonio que vivía delante de su casa. En ocasiones había escuchado a su madre criticarles a la hora de la comida. Despues un ratito a la señora Adams y sus tres perfectas hijitas. Luego a la joven Mary, y por último al supuesto señor Bradford. Asi pasaba todas las tardes, sumido en su enfermizo juego, escribiendo en su libreta todos los movimientos de sus vecinos, acotando sus opiniones personales, relacionando las noticias con las situaciones que veia desde su escondite del jardín. Mas tarde, en la cena, comentaba con su madre el trabajo, creban un nuevo rumor y se iban a la cama contentos y felices de no ser ellos los protagonistas de sus pateticas historias, la mayoria muy alejadas de la realidad.

Los jueves por la tarde, en casa de Jack, había reunión de arpias, convocadas, por supuesto, por la querida madre. Jack se sentaba en una esquina junto a su hermana Anna, servian el té y realizaban una serie de comentarios y ademanes espontaneos a simple vista. Después de un par de horas de selectos insultos e intromisiones pecaminosas en la vida de las personas de la comunidad, se disolvía la reunión. En ese momento Jack apuntaba en su libreta todos los rumores que tendría que corroborar en su espionaje del viernes. De esta forma tan monotona la familia de Jack pasaba los dias, siempre de la misma manera, sin ninguna otra inquietud que la de despellejar con palabras a todos aquellos que parecian felices, o simplemente que no escuchaban sus burdos cotilleos.

Un Jueves, Jackelin Stevenson, una de las adictas a estas reuniones, comentó que había escuchado algo en la peluqueria. Según dijo no habia podido oir el nombre de la afectada, pero seguro, era alguien de la comunidad. El rumor era sobre una vecina a la cual habian visto frecuentar un pecaminoso barrio de la ciudad, mas comcretamente una casa de hombres complacientes, de aquellos que, segun sus comentarios, sabian tratar muy bien a una persona, indistintamente de su sexo, por un puñado de billetes. “¡Que excandalo!”, Exclamaron todas al oirlo, “es inconcedible”. Después de un mar de murmullos en tono ofendido y de susurros lanzando hipótesis al aire sobre quien podía ser la vecina que se atrevia ha realizar tal atrocidad, Jackelin propuso un plan; “¿por qué no te encargas tu Jack?”, preguntó, “tu madre nos ha comentado que tienes grandes dotes detectivescas”, “eso seria perfecto”, comentaron las demás buscando con la mirada la aprobacion de su madre. “O señoras, por supuesto, mi pequeño Jack hará todo lo posible por intentar mantenernos informadas de todo cuanto pudiera ver.”

Jack, pasó todo el viernes intentando trazar un plan de espionaje para abordar la nueva misión que le había sido encomendada. A las siete de la tarde bajo las escaleras corriendo, cogió un bollo y un baso de leche de la cocina, y se fue directo al porche para desempolvar su bicicleta. Una vez terminado este proceso, bajó pedaleando rápidamente hacia la ciudad, cruzó el puente y se desvió la tercera calle a la derecha, dió un pequeño rodeo y paró delante de una bonita casa con jardín que habia al final de la inmoral calle. Miró a su alrededor y saltó la pequeña valla de la casa con el fin de buscar un lugar para observar sin poder ser observado.

Unos minutos más tarde se encontraba agazapado bajo un arbusto frondoso, junto a la base de un arból, en la cual crecían unos pequeños hongos pardos. Prismáticos en mano, tumbado bocabajo con los brazos colocados a modo de tripode, observaba una ventana del segundo piso. “Prece una fiesta”, pensó, pero un visillo rosado no dejaba ver con claridad lo que ocurría allí dentro.

Una media hora mas tarde vió que más hombres se unian a la animada reunión, Jack intento ajustar sus prismaticos para poder reconocer alguna cara, algún gesto. ¡Un momento!, pensó, esa melena me resulta familiar. Mientras seguía observando intentaba ponerle nombre a aquellos ademanes, segun se iba acercando una nausea acompañada de un horrible escalofrio recorrió su cuerpo. No puede ser, es imposible, y volvio a ajustar sus prismáticos una vez más. Algo enfermizo se apoderaba de él, no podía mover un músculo, el terror y verguenza de haber encontrado la respuesta le mantenía paralizado, atónito. Al momento, un cumulo de escéptica esperanza se apoderó de el, no puede ser, seguro que estoy equivocado, esperaré inmovil a que salgan de la casa y poder verificarlo.

Con la terrible revelación, Jack no se había percatado de que ya había anochecido, y unos momentos más tarde cayó rendido allí mismo con el cansancio de un niño que acaba de sufrir un berrinche espantoso.

A media mañana despertó, estaba desorientado, pero pronto comenzó a recordarlo todo, no puede ser, volvió a pensar, tendré que esperar aquí hasta la noche para comprobarlo. Y mientras, el sudor frio volvió a aparecer,y, otra vez, sus músculos se paralizaron por el miedo.

De esta manera Jack pasó las siguientes dos semanas, con la mirada fija hacia aquella ventana, inmovil, sus ojos enrrojecidos y vizqueantes , las manos como dos garras sujetando esa protuberancia anorgánica que ampliaba su mirada, y el resto del cuerpo undido en la tierra, fundiendose con ella.

Mucho tiempo tuvo que pasar hasta que alguien se percatara de su paradero. Fue uno de esos jóvenes de vida alegre, una mañana de primavera se dispuso a podar el arbusto, que, inexplicablemente, habia crecido horrores durante aquel invierno. Al podar el arbusto encontro bajo él un extraño manto de musgo, hongos y pequeñas florecillas de un rojo sangre, dispuestas de una forma muy curiosa, pues, en vez de estar en derredor al arbol contiguo se encontraban formando un montículo cuya cúspide señalaba directamente a la ventana izquierda del segundo piso, es más, dicha cúspide tenia un inusual color negro que no parecia natural. El jóven, sorprendido ante aquel descubrimiento, llamó a sus compañeros, y entre todos comenzaron a raspar el musgo del monticulo. Y allí estaba señores, debajo de todas esas florecillas minúsculas se encontraba lo que había quedado del pequeño Jack. Una gran maceta ósea alimentada de verguenza con algunos tensos tendones sirviendo de sustento a sus pequeños habitantes.